Ningún dolor es bienvenido y mucho menos el dolor de dientes. Pero este último sucede cuando menos lo esperamos, aparece si estamos de vacaciones, en una ciudad desconocida, en un viaje de crucero o durante un fin de semana, cuando la consulta de nuestro dentista está cerrada.
Eso es muy inquietante y desafortunado. Pero los dolores no surgen de la nada, en la mayoría de los casos avisan. Ese diente que está demasiado sensible, está avisando que tiene un problema. Hay un lugar entre los dientes donde siempre se queda la comida, sobre todo cuando ingerimos carne. Ese es un aviso. Cuando pasamos nuestra lengua y sentimos que tenemos una muela muy afilada. Ese es otro aviso. Al limpiarnos nuestras muelas con el hilo dental, y siempre este se parte o se deshilacha en la misma muela, ahí está otro aviso. O cuando, al cepillarnos, nos sangran las encías, pues allí se enciende otra luz roja.
Claro, como vivimos a la velocidad de la luz, priorizamos otras cuestiones y las visitas al dentista pasan a un segundo o un tercer plano. Sobre todo, porque son bastante caras y desagradables.
Sumergidos en la procrastinación, llega el dolor de muelas. Ahhh! Gritamos en un crucero en medio del mar, en un hotel, en pleno examen final, ¡No, hoy no, por favor hoy no puede ser!. Pues sí, así de impertinentes son los dolores de muelas.
El mejor remedio es la planificación y la prevención. Por ejemplo, si usted adquiere un seguro dental, se ve obligado a hacer las visitas preventivas a su dentista. La mayoría de estos seguros incluyen revisión periódica, radiografías y rebajas en todos los arreglos dentales.
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